jueves, 28 de abril de 2016

Bienvenida







Telarañas.

Celosías.
El baúl calla.
Un piano canta su melodía final.
Moho entre páginas,
triunfante.
La madera gime bajo los pies.
Escalera de dilemas.
Hiedra en el patio del encuentro.
Hay una puerta en silencio.
Caminan sombras antiguas de tiempos felices,
serenos,
compartidos.
Desean llorar
y que seamos consuelo.
Escuchemos una historia en el olvido.

Hermetismo



    Las pisadas resonaron en la desolación del terreno por primera vez, luego de más de ochocientos años.
    Lit soltó una risita nerviosa. Delta observaba todo con incredulidad y, antes de descender de la nave, su ser fue embargado por la nostalgia de visitar el hogar que vio nacer a sus ancestros.
    A unos cien metros se erigía algo que bien parecía haber sido un monumento. Para llegar a él debían atravesar un diseño de calles bastante primitivo. A cada paso que daban, una nube de polvo grisáceo ascendía.
    Delta, de figura más estilizada, se sumergía en sus pensamientos a medida que avanzaba. Recordó, de pronto, el profundo sentimiento que había impulsado a su espíritu inquisitivo a realizar el viaje. Ahora, lo que percibía era cierta repulsión al contemplar el paisaje sepulcral. La luz anaranjada que rodeaba a Lit se tornó verdosa, revelando pensamientos similares.
    Llegaron hasta el monumento. Lit retiró algo de polvo que cubría el enorme cilindro, sintiendo que Delta era incapaz de hacerlo.
    Pronto comenzó a verse una composición de vivos colores. Lit se detuvo denotando extrañeza. Su luz comenzaba a mutar mostrándose cada vez más azul.
    Delta, con resolución, extendió el brazo y continuó retirando polvo de la superficie. Una a una, emergían inscripciones con mensajes que sólo Lit comprendía. Luego del cuarto mensaje, Delta retrocedió. Su sensibilidad estaba herida por el contenido de tales inscripciones.
    Pese a la curiosidad, Lit no podía hacer sufrir a Delta. Resolvieron, entonces, regresar al transbordador mientras intentaban comprender la actitud de sus ancestros al pretender eludir lo acontecido en la Tierra.
    Al arribar a Eug, su planeta, Delta y Lit juraron ponerle fin al pasado incierto de todos sus habitantes.

Alternativa









    Mientras no tuve nada que decir, no surgió ninguna contrariedad. Únicamente un vacío. Un vacío universal dentro.

    Ahora quiero decir, pero no encuentro cómo. Podría graficar, construir, enhebrar palabras.
     Por ahora sólo buscaré palabras.

Hallazgo



Me interno en el bosque
dejando atrás el gris inerte,
la luz que ciega.
Descubro un ciervo
magnífico y furtivo.
Huidizo de injusticias y falsedad.
Hecho de fuego y cristal puro,
soñador de ideales,
íntegro.
Combatiente.
Se alimenta de juegos, libertades.
Quien lo encuentra escondido
contempla la vida franca,
crece.

El ciervo busca una sombra,
una cueva,
su guarida,
y a veces olvida su fortaleza
pero jamás su destino.

La ranura del horizonte II


Final


El encuentro armónico


domingo, 24 de abril de 2016

Claroscuro


    Un resoplo acompañado de una estela vaporosa invadieron la inmensa y gélida habitación. El joven monarca descansaba tendido en su lecho. Afuera, el viento rugía golpeando los pórticos y podían oírse, traídos por este, los gemidos provenientes de las perreras reales.
    La cacería había concluido exitosa y el jabalí ya estaba siendo preparado para la cena.
    Los numerosos rebaños de búfalos negros eran conducidos a sus rediles por un grupo experimentado de cánidos cubiertos por ásperos bucles enmarañados.
    Luego de cenar, el rey se incorporó para contemplar sus dominios a través de la minúscula abertura de una ventana. Las colinas lucían sus últimos colores antes de ocultarse el sol detrás de los montes Mecseck.
    Al entrar en el dormitorio, el soberano buscó con la mirada a su compañero.


    Un sonido distante lo despertó. Irguió la cabeza para comprobar que su amigo descansaba plácidamente. A su alrededor, los tapices le infundían una extraña calidez. Podía oír aún los gemidos lejanos y los árboles agitarse. Desde los rediles, persistentes ladridos lo instaron a levantarse sobre la tibia alfombra de piel de ciervo. Bajó pesadamente las rugosas escaleras, atravesó el desierto salón de fiestas y, por detrás del escenario, se condujo por las lúgubres galerías, donde los sonidos del exterior eran eclipsados por el eco que producían sus pasos. Caminó hasta la entrada trasera del castillo. Allí se detuvo para escuchar ladeando con lentitud su cabeza molosoide.
    Las pupilas de sus diminutos ojos, dilatadas al máximo, divisaron una mirada furtiva. Con torpeza burló a los guardias, logrando escabullirse tras el invasor.
    Corrió como no lo había hecho en años. Atrás dejaba su carácter sosegado, reviviendo antiguas persecuciones con la jauría. Disminuyó la velocidad y, en el momento en que localizó tres pares de ojos fluorescentes en distintos puntos estratégicos, detuvo su avance. Los gruñidos eran ensordecedores. A unos cien metros, el grupo de pulis emitía ladridos alternantes. El quejido de uno de ellos obligó al viejo moloso a acudir en su ayuda. Con un vigor inusitado derribó al agresor, sujetándolo por el cuello.
    Mientras los ágiles pulis se encargaban de cuatro lobos, el moloso era atacado por tres de ellos desde atrás, como suelen proceder en la caza de sus presas. Se turnaban, impulsándose para llegar a la grupa y hundir las mandíbulas en la espina dorsal, al tiempo que los dos restantes pretendían llamar su atención, enfrentándolo.
    Los pulis, en cambio, llevaban ventaja. Difícil les resultaba a los invasores acceder a la piel de estos animales con los colmillos.
    Pisadas lejanas hicieron que dos lobos se agazaparan, irguiendo y echando hacia atrás sus orejas con bruscos movimientos.
    El arribo de los guardias trajo más confusión. Las varas golpeaban a lobos y a pulis por igual. Algunos disparos no se hicieron esperar.
    Los mugidos de los imponentes bóvidos se tornaban insoportables y agudos relinchos llegaban desde los establos reales.
    La luz diurna se extendía por las colinas. El Danubio reflejaba unas cuantas nubes grisáceas al disiparse la bruma.
    No tardó en arribar el rey Matías montado en su palafrén preguntando a los guardias por su querido kuvasz. Lo vio echado sobre uno de los lobos muertos. Al oír esa voz pronunciando su nombre, Iván demostró satisfacción mediante el tenue movimiento de sus últimas vértebras caudales.
    El enorme moloso se tambaleó sobre sus patas. Consiguió, apenas, sostenerse en pie. Se deslizaba, desde una de las orejas colgantes, una línea sanguinolienta que recorría la quijada sumándose a otra proveniente de alguna herida más profunda aún, y descendían en gotas desde el mentón al suelo.
    Matías sabía que podía contar siempre con él. De ahí su afición por los kuvasz, compañeros en las cacerías y en los ratos de ocio. Pero luchar para defender al rebaño de esa manera... Era el origen humilde de estos guardianes de los nobles, tan puro como el blanco óseo de su pelaje.
    Uno de los pulis había sido alcanzado por una bala de los guardias. Pero no el moloso. Porque ése fue el objetivo de algún pastor que pensó en diferenciar al perro del lobo con ese largo manto, cuyo color había evitado que Iván, y tantos otros antes que él, recibieran golpes o disparos de sus defensores, considerando las invernales noches húngaras.
    Las heridas de Iván, producidas por los lobos, no lo afectaban. Eran los años.
    A juzgar por su mirada, se sentía realizado. Clavó sus ojos en los del amo con esa calma que inspiran los seres espiritualmente superiores. Por un instante el rey permaneció fascinado intentando ingresar en aquel universo desconocido.
    Al ver que todas las fuerzas abandonaban al noble kuvasz, Matías extendió su capa sobre el lomo de Iván, abrazándolo.
    Poderosos ladridos se oían acercar, anunciando el comienzo de una partida de caza. Jaurías de majestuosos y blancos perros se aproximaban. Iván logró escuchar su música antes de desplomarse.

Hombre

Voy a cantarte
como creación,
como naturaleza.
Voy a moldear mil ánforas en tu nombre.
Voy a encender una hoguera
para danzar por tu existencia.
Clamaré extasiada
ante la simplicidad de tu enigma.
Te admiraré en secreto
como niña embelesada.
No sabrás de mis suspiros,
vas a ignorar mi entrega,
pero aún así
me postraré ante tu instinto
escondida,
digna,
entera.
Voy a sucumbir al ver tus trampas
cuestionando mi cordura,
rasgándome las alas.
Fingiré ante el mundo
pero voy a alimentarme de tu voz.
Oculta, lejana, fría.
En soledad voy a acecharte,
practicaré un ritual mientras te evoque
y estallaré eternamente complacida.
Apelaré al camuflaje
para perseguirte.
Me desengañaré muchas veces,
te voy a maldecir,
huiré,
te recordaré resentida,
pero mis ojos
van a deleitarse
del otro lado del muro
y volveré a profanarte anónima.




Te observaré intrigada.
Con fascinación
querré develar la materia,
comprender tu razón
alterada por los sentidos
y en sueños
voy a acorralarte
para asir, embravecida,
tu mayor amuleto.
Asesinaré la magia que nos envuelve
como criaturas etéreas y tribales
para reivindicarte,
en tu esencia carnal.
Recuperaré tu hechizo
y como un aura
voy a rodearte de tierra.
Dejaré que te adornes
con metales y armaduras.




Te voy a conceder las conquistas.
No te arrebataré el privilegio de cazarme.
Tampoco voy a desbaratar
tus monumentos erigidos,
pero realzaré las fibras de tu Heracles,
haré relucir las beldades de tu Apolo,
liberaré a cada sátiro dormido
y, hambrienta,
voy a mecerme
atravesada por la espada única
forjada por Ares
con el fuego infernal
de tu sangre enfurecida.

Palabra





¡Aquí estabas!
Humilde, despojada, 
con tanto por decir.

Quien te observa limpia,
sin ropajes,
es capaz de crear mundos nuevos.

Alguien te dedica su tiempo
que es lento,
te ornamenta, te viste,
te captura.